miércoles, 19 de noviembre de 2008

Me persigue implacable su boca que reía, acecha mis insomnios ese recuerdo cruel, mis propios ojos vieron cómo ella le ofrecía el beso de sus labios rojos como un clavel. Un viento de locura atravesó mi mente, deshecho de amargura yo me quise vengar, mis manos se crisparon, mi pecho las contuvo, su boca que reía yo no pude matar. Fue su amor de un día toda mi fortuna, conté mi alegría a los campos y a la luna. Por quererla tanto, por confiar en ella, hoy hay en mi huella sólo llanto y mi dolor. Doliente y abatido mi vieja herida sangra. Bebamos otro trago que yo quiero olvidar, pero estas penas hondas de amor y desengaño como las yerbas malas son duras de arrancar. Del fondo de mi copa su imagen me obsesiona, es como una condena su risa siempre igual, coqueta y despiadada su boca me encadena, se burla hasta la muerte la ingrata en el cristal.

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